Hui tzu le dijo a Chuang:
"Tengo un árbol grande,
de los que llaman árboles apestosos.
El tronco está tán retorcido,
tan lleno de nudos,
que nadie podría obtener una tabla derecha
de su madera. Las ramas están tan retorcidas
que no se pueden cortar en forma alguna
que tenga sentido.
Ahí está junto al camino.
Ni un solo carpintero se dignaría siquiera
mirarlo.
Iguales son tus enseñanzas,
grandes e inútiles."
Hice un gran esfuerzo
para que ellos se fijaran en mi
talle el marfil con jade
destruí la montaña con dolor
cave fosas, clave antorchas
de tintes violetas en la noche
Nada, ellos siguen, en su oficina
leyendo poesía, colgando cruces baratas
sirviendo al amo, pidiendo favores
no quieren dejar a éste, entrar.
Las aristas de colores se pierden
los motores y las palabras me usan
para existir a combustión obsena
Aprendí su idioma por años
todo en vano, su postura, su pedancia
Quizás perciben la heredada quietud
sería cortéz decirlo así pero la fila es muy larga...
llena de inútiles árboles sólo cortados para abrir paso
al que vale su peso en oro.
Chuang Tzu replicó:
"Has observado alguna vez al gato salvaje?
Agazapado, vigilando a su presa,
salta en ésta y aquella dirección,
arriba y abajo, y finalmente
aterriza en la trampa.
Pero ¿has visto al yak?
Enorme como una nube de tormenta,
firme en su poderío.
¿Qué es grande? Desde luego.
¡No puede cazar ratones!
Igual ocurre con tu gran árbol.¿Inútil?
Entonces plántalo en las tierras áridas.
En solitario.
Pasea apaciblemente por debajo,
descansa bajo su sombra;
ningún hacha ni decreto preparan su fin.
Nadie lo cortará jamás.
¿Inútil? ¡Eres tú el que debería preocuparse!