lunes, 18 de mayo de 2009

Zen

Rinzai (Lin-chi) pronunció una vez un sermón, diciendo: "Sobre una masa de carne rojiza se
sienta allí un hombre verdadero que no tiene título; todo el tiempo él entra y sale de sus órganos
sensorios. Si no habéis testificado todavía el hecho, ¡mirad! ¡mirad!" Se adelantó un monje y
preguntó: "¿Quién es este hombre verdadero, carente de título?" Rinzai descendió directamente
de su silla de paja y aferrando al monje, exclamó: "¡Habla! ¡Habla!" El monje permaneció
irresoluto, sin saber qué decir; entonces el maestro, dejándolo marchar, observó: "¡Qué materia
sin valor es este hombre verdadero carente de título!" Luego Rinzai se encaminó de vuelta a su
cuarto.
Rinzai se destacó por su trato "rudo" y directo para con sus discípulos. Nunca le gustaron los
ambages, generalmente característicos de los métodos de un maestro tibio. Debió obtener esta
precisión de su maestro Obaku (Huango-po), quien le golpeó tres veces mientras le preguntaba
cuál era el principio fundamental del Budismo. Huelga decir que el Zen nada tiene que ver con
un mero golpear o sacudir rudamente al consultante. Si se toma esto como esencia constitutiva
del Zen, se cometerá el mismo grave error de quien confundió el dedo con la luna. Como en todo lo
demás, y muy particularmente en el Zen, todas sus manifestaciones o demostraciones externas jamás
deben considerarse como finales. Sólo indican el modo en que han de considerarse los hechos. Por
tanto, estos índices son importantes, no podemos manejarnos bien sin ellos. Pero una vez atrapados
en ellos, somos como enmarañadas redes, estamos sentenciados; pues el Zen nunca puede
comprenderse.
Alguien puede pensar que el Zen siempre trata de atraparnos en la red de la lógica o mediante el
señuelo de las palabras. Una vez descarriado el rumbo, se está atado a una condenación eterna,
nunca se alcanzará la libertad, por la que el corazón se siente tan fervoroso. Por tanto, Rinzai aferra
con sus manos desnudas lo que se nos presenta directamente a todos nosotros. Si se abre nuestro
tercer ojo, sin opacamientos, conoceremos de modo muy inequívoco dónde nos conduce Rinzai. En
primer lugar debemos introducirnos en el espíritu mismo del maestro y entrevistar allí mismo al
hombre interior. Ningún acervo de explicaciones verbales nos conducirá jamás dentro de la
naturaleza de nuestro propio yo. Cuando más se explica, más se aparta uno de sí mismo. Es como
procurar aferrar la propia sombra. Se corre tras ella y ella escapa de nosotros a idéntico promedio de
velocidad. Cuando se comprende esto, se lee en las honduras del espíritu de Rinzai u Obaku, y
empieza a apreciarse la real benevolencia de éstos.



Ensayos sobre Meditación Zen

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